Hna. Teresa Steinbock
Nací en 1939 en Austria dentro de una familia campesina numerosa. Entre los cuatro varones y seis chicas, yo era la menor. A pesar de la Segunda Guerra Mundial tuve una feliz niñez.
Conocí y aprendí a vivir la fe cristiana en el seno de mi familia y parroquia. A la edad de 15 y 16 años soñaba con casarme y ser madre de cuatro hijos.
A los 17 años me interné en un conocido Instituto Profesional. Junto a 60 compañeras adquirí conocimientos sólidos para el manejo de un hogar y el futuro papel de esposa y madre. Como orientación cristiana, la dirección organizó al final del año lectivo una jornada dirigida por un sacerdote Verbita. En su enfoque principal nos hizo ver los tres estados de vida: matrimonio, soltería (que se consideraba habitual y apreciado) y el último, la vida consagrada. En un espacio indicado nos invitó el sacerdote a reflexionar a qué estado de vida nos sentíamos atraídas.
Desde pequeña, y toda la vida, me caracterizó un carácter alegre. Pero, en aquellos años de jovencita era muy risueña, traviesa y hasta a veces tomaba las cosas a la ligera. Recuerdo hasta hoy cómo por gracia de Dios, tomaba muy serio la jornada que iba a cambiar mi vida.
Me quedó grabado en el alma cuando estaba en la planta alta, junto a la segunda ventana del corredor del pasillo y me preguntaba y me preguntaba “…y tú, Teresa, qué quieres hacer”. Entonces escuché una voz clara que me decía: “si quieres ser feliz, vete al convento”. Sin duda, el Señor me tocó con su Gracia.
Desde ese momento me decidí por la vida religiosa. Lo guardé como secreto en mi corazón. En realidad, nunca simpatizaba con las religiosas, y ahora, ¿dónde ingresar?
Estando en nuestros dormitorios, entre 12 chicas, en una tardecita lancé la pregunta: “Si ustedes iban a ser religiosas, ¿qué congregación a iban a elegir? Y la más vivaracha respondió con aplomo: “Yo iba a ser MISIONERA, eso quiso ser, porque había leído en las revistas cómo anunciaban la Palabra de Dios, enseñaban y cuidaban a los enfermos. Además me gustaba ir a países lejanos”.
Para dar curso a mi decidida vocación religiosa misionera me dirigí un sacerdote Verbita de la casa Misional de San Gabriel, para pedir orientación. Rápido respondió a mi carta y pude tomar contacto con las hermanas Misioneras Siervas del Espíritu Santo.
Para mí estaba todo claro, pero, ¿para mi familia? Para ellos mi decisión era como un rayo en un cielo azul. Nadie me apoyaba. Mis hermanos me tentaron mucho y pronosticaron que en dos semanas estaría de vuelta…
Mamá, que contaba con una hermana religiosa y por eso más experta en el tema, me hablaba mucho explicando que la vida religiosa es una Gracia muy grande y el seguimiento a Cristo es a veces difícil. Por eso, es necesario mucha oración y un buen discernimiento antes de dar ese paso.
Quedando firme, el 14 de febrero de 1957, ingresé en la Casa Central de Austria. De acuerdo, a mi edad me integrarían al grupo de 17 aspirantes. Notable, a pesar que todo el ambiente era nuevo y distinto, me sentía muy bien y acogida.
Pasaron rápido los años de estudio y formación. Recuerdo el Noviciado como un tiempo feliz compartiendo entre 32 compañeras alegría y entusiasmo de ir a algún país de Misión. Este era el profundo deseo de todas. Inmenso fue mi gozo cuando en 1964, al emitir los primeros votos, recibí también destino misional.
Qué grande es Dios conmigo. Comenzó la gran aventura por su Reino con el viaje en Barco Federico “C”.
Con casi 1000 pasajeros. ¡Impresionante, 18 días! a veces solo mirando el cielo y el mar… rica en experiencias maravillosas llegamos a Buenos Aires. Desde allí seguimos el viaje en tren que parecía ser del tiempo de Adán y Eva.
Con la confianza puesta en Dios, empecé a superar las dificultades. Sobre todo el aprendizaje del castellano me costó bastante. Experimenté que las latinas son muy abiertas, acogedoras y amables con los extranjeros. Ahora hace 52 años que pisé tierra paraguaya a la que siento como segunda patria mía.
Los primeros 4 años me tocó vivir en el Colegio San Blas de Obligado. Después Dios me asignó, en otra viña del Señor, Encarnación, allí dejé parte de mi corazón. Primeramente, durante 18 años en el Instituto Profesional “Nuestra Sra. de la Encarnación”, donde con la ayuda de Dios vi crecer y florecer esta Institución Educativa. Luego me tocó, en la segunda vuelta, al Hogar San Cristóbal donde la comunidad acoge niños/as de escasos recursos para brindarles alimentación, formación y sobre todo, afecto. En este hogar fueron 13 años de entrega a esta noble misión hasta este año. Ahora estoy donde Dios me está pidiendo otra misión viviendo en la Casa Central de Asunción.
Dice un autor: “florezca donde Dios te plantó”. En el camino de mi vida misionera, otro lugar para florecer fue la Casa de Retiros “Espíritu Santo” de San Lorenzo. Durante 5 años presté mis servicios a aquellas personas que pasaron por este oasis espiritual para buscar a Dios, renovar su fe y compromiso con Él. Sin duda un apostolado muy fructífero de nuestra querida Congregacion Misionera. En ella encontramos muchos campos donde sembrar la Palabra de Dios.
En el largo recorrer de mi vida me tocó en 1987, junto a dos co-hermanas dar inicio a una nueva institución educativa en la localidad de María auxiliadora, Itapúa. A lo largo de la nueva ruta 6ta surgían nuevos y pujantes pueblos que reclamaron una infraestructura educativa. Nuestra Congregación respondió al clamor del pueblo, iniciando el ya conocido Colegio Espíritu Santo. En aquel tiempo, viviendo aun rodeados de montes, había muchas dificultades qué superar. Pasamos 5 años sin energía eléctrica. La falta frecuente de agua constituía otro problema. Pero, con la ayuda de Dios, con entusiasmo y amor seguimos adelante. En 11 años de labor misionera en esta localidad aprendí mucho, viví muchas satisfacciones y también sin sabores de la vida apostólica.
Pero el amor y el entusiasmo por el Reino de Dios, eran el sostén. Y si hoy tendría que elegir por mi vida apostaría otra vez por la vida religiosa misionera, porque esto, jóvenes, vale la pena.
“…si quieres ser feliz ve al convento”…
Wou wonderful
Gracias por todo Hermana Teresa. La recuerdo con cariño y abnegación. Hoy mi hija continua en esa institución que usted nos enseñó a amar. Gracias por tanto Hermana. La queremos un montón. Le hemos hecho una placa de agradecimiento en la puerta del colegio con su nombre mis ex compañeros y yo de la promoción 1995 de la Escuela Espíritu Santo, hoy orgullosamente Colegio Espiritu Santo. Este pequeño video en su honor. Gracias Hermana por todo. https://youtu.be/HjB4i5XiFIg